Sobre Lituma en los
Andes
Xiomara Milagros
Bustillos Puma

Estudiante de Ingeniería
Ambiental.
17 abril 2020
Lituma en los Andes (1993) es una de las tantas joyas escritas por Mario Vargas Llosa, autor que todo peruano tiene el deber de leer, no solo por la calidad de sus obras, sino también porque en muchas de ellas hablan de nosotros como sociedad. Es así que en buena parte de sus escritos domina la reconstrucción de vivencias íntimas y colectivas del Perú como base de su ficción (Campos, J; Oviedo, J. 1981). Por otro lado, este libro es una excelente opción si aún no sabes cómo empezar a vivir las historias del novel de literatura.
Está ambientada en los años 80, en el ficticio pueblo de Naccos, ubicado en la Sierra Central del Perú, en medio del contexto de violencia del conflicto armado interno que azotó principalmente a la serranía y parte de la selva peruana. Cuenta las adversidades que pasan el cabo Lituma y su adjunto Tomás para esclarecer las misteriosas desapariciones de tres hombres, cuyos destinos no parecen importar a nadie en el pueblo. Lituma, de origen costeño, se muestra bastante incrédulo frente a los mitos de pistacos, mukis y degolladores que parecen estar arraigados entre los saberes de los “serruchos” como él los llama. Por las noches, mientras esperan la muerte ante la inevitable llegada de terroristas al campamento, Tomasito le va contando la historia del amor de su vida. La que es narrada de manera intercalada a lo largo de todo el libro, contrastando con la barbarie que se vive afuera de la pequeña caseta policial, en otros rincones de los Andes.
En simultáneo, aparecen diversos microrrelatos que, en la primera parte del libro, pertenecen a veces a los desaparecidos, a veces a otras víctimas del terrorismo. Estos nos dan nuevas perspectivas de lo que se vivió por esos años, al mismo tiempo que expone varios aspectos del discurso senderista. Una de las historias que llamó más mi atención fue la de una temeraria ecóloga, apasionada por la diversidad del país, que viaja para concretar un proyecto de reforestación, a pesar del peligro, a una “zona liberada” (es decir, prácticamente dominada por sendero). Ella se sentía segura de poder explicar que no era una enemiga, que no pertenecía a ninguna entidad política, sino que trabajaba en beneficio de todos los peruanos al defender la naturaleza y los recursos que esta brinda. La conversación que tiene cuando la capturan merece la pena ser leída. Por otro lado, en la segunda parte se narra la interesantísima vida de doña Adriana y su esposo Dionisio, personajes clave, a partir de cuyos nombres se puede percibir una alegoría a la mitología griega.
Este libro no solo me contó una historia y me atrapó en su trama, también me transportó a los Andes y me enseñó mucho de mitos, de sus formas de ver la música y el baile como un medio para salvar su alma y sobrellevar las penas. Me mostró además que mucho del encantamiento y la magia de su cosmovisión siguen vivos y que la modernidad no se los ha arrebatado por completo. Me lleva a preguntarme si esos rituales que me dejaron boquiabierta aún existen.
Algunas citas libres de spoiler:
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“Y, acto seguido, se puso a silbar una de esas tonadas que solía también zapatear, en las noches, cuando se generalizaba la borrachera en su cantina. Lituma escuchó la triste melodía con el corazón encogido. Parecía venir del fondo de los tiempos, traer consigo un relente de otra humanidad, de un mundo enterrado en estas montañas macizas” (p.219).
“Éstas no son verdades para pantalones débiles sino para polleras fuertes” (p.229).
“Las estrellas destellaban y había repentinos arcoíris coloreando la noche. Si él hubiera tenido fuerzas, con solo estirar la mano hubiera tocado un astro del cielo. Sería suave, tierno, cálido, amistoso como el cuello de una vicuñita” (p.225).